Estoy solo. Terriblemente.
Tú no vas a venir. Nadie.

Antes lo intuí. Hoy lo sé. Apenas lo sé.

Esta noche te miré como eres. Tal vez sólo estás así hoy.

Pero mi sueño se vino abajo y sé que todo seguirá igual.

¿Hasta cuándo voy a seguir creyendo que eres la única? ¿Cuándo voy a soltarte, a soltarme, a soltarnos?

Dices que nada de mirarte, que nada de tocarte, que nada de acercarme.
Dices que sólo quieres que te quiera.
Yo quisiera que alguien me quisiera como yo te quiero.

Estoy solo.
Me voy a morir solo.
Me voy a joder solo.
Me voy a asfixiar solo.

En este cable te tengo un instante.
Allá, lejos, en el desierto del vientre de tu madre, eres distante y deseable. Pero sobre todo, solitaria e impenetrable.

En esa lejanía, cierto es que no te tengo, tan cierto como que eres también de nadie.

Puedes pensarle, puedes soñarle, pero él no puede tocarte. Cuando vuelvas, tal vez sus brazos te abarquen; ahora sólo mi voz puede estrecharte.

Quizá sólo un susurro sea de este encuentro la clave.

Ya mi llanto será un grito cuando vuelvas a encontrarle.